I ¿Cuál de ellos?

Monsieur Bouc hablaba con el doctor Constantine cuando Poirot entró en el coche comedor. Monsieur Bouc parecía decepcionado.
—Le voilá —dijo al ver a Poirot, y añadió mientras se sentaba su amigo—: ¡Si resuelve usted este caso, mon cher, creeré en los milagros!
—¿Tanto le preocupa a usted?
—Naturalmente que me preocupa. Y lo peor es que no le encuentro pies ni cabeza.
El doctor miró a Poirot con interés.
—Si he de ser franco —dijo—, no comprendo lo que puede usted hacer ahora.
—¿No? —dijo Poirot, pensativo.
Sacó su pitillera y encendió uno de sus delgados cigarrillos. Su mirada parecía vagar soñadora por el espacio.
—El interés que tiene este caso para mí —añadió— reside en que se aparta de todos los procedimientos normales. ¿Han dicho la verdad o han mentido las personas a quienes hemos interrogado? No tenemos medio de averiguarlo... excepto los que podamos discernir nosotros mismos. Es un gran ejercicio cerebral el que tenemos que realizar.
—Todo eso está muy bien —repuso monsieur Bouc—. Pero, ¿qué ha adelantado usted hasta ahora?
—Ya se lo dije. Tenemos las declaraciones de los viajeros y el testimonio de nuestros ojos.
—¡Bonitas declaraciones las de los viajeros! No nos han dicho nada... Poirot movió la cabeza. Sonrió, optimista, como siempre.
—No estoy de acuerdo con usted, amigo mío. Las declaraciones de los viajeros nos proporcionaron varios puntos de interés.
—¿De veras? —dijo escépticamente monsieur Bouc—. Yo no me enteré.
—Eso es porque no escuchó usted.
—Bien, dígame lo que me pasó inadvertido.
—Le pondré un solo ejemplo: la primera declaración que escuchamos... la del joven MacQueen. Éste pronunció, a mi parecer, una frase muy significativa.
—¿Sobre las cartas?
—No sobre las cartas. Si no recuerdo mal, estas palabras fueron: «Viajábamos mucho. Mister Ratchett quería ver el mundo. Tropezaba con la dificultad de no conocer Idiomas. Yo actuaba más como intérprete que como secretario».
Trasladó su mirada del rostro del doctor al de monsieur Bouc.
—¿Qué, no lo ven ustedes todavía? Esto es inexcusable... pues volvieron a tener ustedes una segunda oportunidad cuando el joven dijo: «Uno está perdido si no habla más que un buen norteamericano».
—Y eso, ¿qué significa?
—Vamos, lo que usted quiere es que se lo den en palabras de una sílaba. ¡Bien, aquí está! ¡Mister Ratchett no hablaba francés! Sin embargo, cuando el encargado acudió a la llamada de su timbre, fue una voz en francés la que le dijo que era una equivocación y que no le necesitaba para nada. Fue, además, una frase perfectamente idiomática la que utilizó, no la que habría elegido un hombre que conociese solamente unas palabras en francés: Ce n'est rien. Je me suis trompé.
—Es cierto —convino Constantine, emocionado—. ¡Debimos haberlo visto! Recuerdo perfectamente que usted recalcó las palabras cuando más tarde nos las repitió. Ahora comprendo el porqué de su rechazo a confiar en el testimonio del reloj abollado. Ratchett estaba ya muerto a la una menos veintitrés minutos.
—¡Y fue su asesino quien habló! —murmuró lúgubremente monsieur Bouc.
Poirot levantó una mano.
—No vayamos demasiado de prisa. Y no supongamos más de lo que realmente sabemos. Lo que sí podemos decir es que, a aquella hora, la una menos veintitrés minutos, alguna otra persona estaba en la cabina de Ratchett, y esa persona era francesa o sabía hablar con mucha soltura el idioma francés.
—Es usted muy cauto, mon vieux.
—Sólo se debe dar un paso cada vez. No tenemos verdaderas pruebas de que Ratchett estuviese muerto a aquella hora.
—Tenemos también el grito que le despertó a usted.
—Sí, es verdad.
—En cierto modo —dijo pensativo monsieur Bouc— este descubrimiento no cambia mucho las cosas. Usted oyó a alguien que se movía en la puerta de al lado. Aquel alguien no era Ratchett, sino el otro hombre. Indudablemente se estaba limpiando la sangre de las manos, quemando la carta acusadora... Después esperó hasta que todo estuvo tranquilo, y cuando se creyó seguro y con el camino libre, cerró por dentro con pestillo y cadena la puerta de Ratchett, abrió la de comunicación con la cabina de mistress Hubbard y escapó por allí. Es exactamente lo que pensamos... Con la diferencia de que Ratchett fue muerto cosa de media hora más temprano, y el reloj fue puesto a la una y cuarto para justificar una coartada.
—No hay tal famosa coartada —replicó Poirot—. Las manecillas del reloj señalaban la una y quince, la hora exacta en que el intruso abandonó realmente la susodicha escena del crimen.
—Cierto —dijo monsieur Bouc, un poco amoscado—. ¿Qué le sugiere a usted entonces el reloj?
—Si las manecillas fueron alteradas..., observe que digo si..., la hora que quedó marcada tiene que tener un significado. La natural reacción sería sospechar de alguien que tuviese una perfecta coartada para esa hora... en este caso la una y quince.
—Sí, sí —dijo el doctor—. Ese razonamiento es bueno.
—Debemos también dedicar un poco de atención a la hora en que el intruso entró en el compartimiento. ¿Cuándo tuvo la oportunidad de hacerlo? A menos que supongamos la complicidad del verdadero encargado, hubo solamente un momento posible: durante el tiempo que el tren estuvo detenido en Vincovci. Después de que abandona esta localidad, el encargado se sienta en el pasillo, en un sitio donde cualquiera de los viajeros apenas habría reparado en un empleado del coche cama, siendo el verdadero encargado la única persona que podría darse cuenta de la presencia de un impostor. Pero durante la parada de Vincovci el encargado baja al andén y la cosa queda despejada. ¿Comprenden mi razonamiento?
—Perfectamente —dijo monsieur Bouc—. Pero ese intruso no podía ser otro que uno de los viajeros, y volvemos a donde estábamos. ¿Cuál de ellos?
Poirot sonrió.
—He hecho una lista —dijo—. Si quiere usted examinarla, quizá le refresque la memoria.
El doctor y monsieur Bouc se inclinaron sobre la lista. Estaba escrita de un modo metódico, en el orden en que los viajeros habían sido interrogados.

HÉCTOR MACQUEEN: Ciudadano norteamericano, litera número 6, segunda clase.
Móvil: Posiblemente pudiera derivarse de sus relaciones con el hombre muerto.
Coartada: Desde medianoche, a las 2 de la madrugada. Desde medianoche hasta la 1.30, atestiguada por el coronel Arbuthnot, y desde la 1.16 a las 2, atestiguada por el encargado.
Pruebas contra él: Ninguna.
Circunstancias sospechosas: Ninguna.

ENCARGADO DEL COCHE CAMA PIERRE MICHEL. Francés.
Móvil: Ninguno.
Coartada: Desde medianoche hasta las 2 de la madrugada. (Visto por Hércules Poirot en el pasillo al mismo tiempo que se oía una voz en el compartimiento de Ratchett a las 12.37. Desde la 1 a la 1.36, confirmada asimismo por otros encargados.)
Pruebas contra él: Ninguna.
Circunstancias sospechosas: El uniforme encontrado es un punto a su favor, puesto que parece estar destinado a hacer recaer las sospechas sobre él.

EDWARD MASTERMAN: Inglés, litera número 1, segunda clase.
Móvil: Posiblemente surge de sus relaciones con el difunto, del que era criado.
Coartada: Desde medianoche hasta las 2 de la madrugada. (Atestiguada por Antonio Foscarelli.)
Pruebas contra él o circunstancias sospechosas: Ninguna, excepto que es el único individuo al que, por su estatura y corpulencia, le sentaría bien el uniforme. Por otra parte, no es probable que hable correctamente el francés, siendo súbdito inglés.

MISTRESS HUBBARD: Ciudadana norteamericana, litera número 3, primera clase.
Móvil: Ninguno.
Coartada: Desde medianoche hasta las 2 de la madrugada, ninguna.
Pruebas contra ella o circunstancias sospechosas: La historia del hombre en su cabina está corroborada por la declaración de Hardman y por la de la señora Schmidt.

GRETA OHLSSON: Sueca, litera número 7, segunda clase.
Móvil: Ninguno.
Coartada: Desde la medianoche a las 2 de la madrugada. (Atestiguada por Mary Debenham.) Nota: Fue la última persona que vio a Ratchett.

PRINCESA DRAGOMIROFF: Naturalizada ciudadana francesa, litera número 4, primera clase.
Móvil: Estuvo íntimamente relacionada con la familia Armstrong y fue madrina de Sonia Armstrong.
Coartada: Desde medianoche hasta las 2 de la madrugada. (Atestiguada por el encargado y la doncella.)
Pruebas contra ella o circunstancias sospechosas: Ninguna.

CONDE ANDRENYI: Súbdito húngaro, pasaporte diplomático, litera número 13, primera clase.
Móvil: Ninguno.
Coartada: Desde medianoche a las 2 de la madrugada. (Atestiguada por el encargado, esto no cubre el período de la 1 a la 1.16.)

CONDESA ANDRENYI: Como el anterior, litera número 12.
Móvil: Ninguno.
Coartada: Desde medianoche a las 2 de la madrugada. Tomó Trional y durmió. (Atestiguado por su esposo. El frasco de Trional en su armario.)

CORONEL ARBUTHNOT: Inglés, litera número 15, primera clase.
Móvil: Ninguno.
Coartada: Desde medianoche a las 2 de la madrugada. Habló con MacQueen hasta la 1.30. Fue a su compartimiento y ya no lo abandonó. (Corroborado por MacQueen y el conductor.)
Pruebas contra él o circunstancias sospechosas: El limpiapipas.

CIRUS HARDMAN: Norteamericano, litera número 16, primera clase.
Móvil: Ninguno conocido.
Coartada: Desde medianoche a las 2 de la madrugada no abandona ya su compartimiento. (Corroborado por MacQueen y el encargado.)
Pruebas contra él o circunstancias sospechosas: Ninguna.

ANTONIO FOSCARELLI: Ciudadano norteamericano (italiano de nacimiento), litera número 5, segunda clase.
Móvil: Ninguno conocido.
Coartada: Desde medianoche a las 2 de la madrugada. (Atestiguada por Edward Masterman.)
Pruebas contra él o circunstancias sospechosas: Ninguna, excepto que el arma utilizada se adapta a su temperamento. (Véase monsieur Bouc.)

MARY DEBENHAM: Inglesa, litera número 6, segunda clase.
Móvil: Ninguno.
Coartada: Desde medianoche a las 2 de la madrugada. (Atestiguada por Greta Ohlsson.)
Pruebas contra ella o circunstancias sospechosas: Conversación sorprendida por Hércules Poirot y que ella se niega a explicar.

HILDEGARDE SCHMIDT: Alemana, litera número 8, segunda clase.
Móvil: Ninguno.
Coartada: Desde medianoche a las 2 de la madrugada. (Atestiguada por el encargado y por la princesa.) Fue a acostarse. La despertó el encargado a las 12.38 aproximadamente y fue a ver a su ama.

Nota: Las declaraciones de los viajeros están apoyadas por las afirmaciones del encargado de que ninguno de ellos entró o salió del compartimiento de mister Ratchett entre la medianoche y la una de la madrugada (hora en que él pasó al coche inmediato) y desde la 1.15 a las 2.

—Este documento, como comprenderán ustedes —aclaró Poirot—, es un mero resumen de las declaraciones que hemos escuchado, ordenadas de este modo para mayor claridad.
Monsieur Bouc le devolvió el papel con una mueca.
—No aclara mucho que digamos —murmuró.
—Quizás encuentre usted éste más de su gusto —repuso Poirot, entregándole una segunda hoja de papel.

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